domingo, 29 de abril de 2012


Vargas Llosa, El Espectáculo



Fuente La Primera
29 de abril de 2012
Por Eloy Jaúregui


En la foto que observo en el diario El País de España, ‘Monse’ está sentada –de negro y en mini--entre Mario Vargas Llosa y Gilles Lipovetsky. El retrato es de esta semana y las piernas de la dama es todo un espectáculo. Como espectáculo es el nuevo libro de Vargas Llosa. El espectáculo de la provocación y está bien, como los muslos de ‘Monse’. ¿Y qué no es espectáculo? Lo dudo, como dice el bolero. En el Cervantes de Madrid, El Peruano y el francés de la contemporaneidad, reunieron en el acto de la presentación de “La civilización del espectáculo” (Alfaguara) a más de una centena de espectadores prestos a ser testigos de un pugilato de ideas. Un excitante debate intelectual y una discusión crítica sobre la agonía de la cultura –una lástima-- ante la irrupción del entretenimiento, como dice Varguitas.

Hace unos meses, encontré al Nobel caminando en medio de las sombras en el campus de la Universidad de Lima. Era la víspera para el estreno de ‘Las mil noches y una noche”, aquella adaptación de espectáculo multimedia donde Varguitas actuaba junto a la actriz Vanessa Saba. Precavido, el hombre se había quedado para reconocer los misterios del escenario. Hablamos de todo y de nada. Vargas Llosa es así, preguntón y curioso. Ora quería saber que para qué era ese pabellón, ora que cómo diablos era la conducta intelectual de los jóvenes estudiantes. Dos guardaespaldas nos seguían prestos. Aquella vez comprobé que Varguitas estaba nutrido de vida y sus consiguientes enigmas. De esa vez eran sus sentencias sobre que la cultura se ha banalizado, que triunfa la frivolidad en su peor sentido, que el erotismo pierde en favor de la pornografía, que la posmodernidad es, en parte, un experimento fallido y pedante, que el periodismo amarillea, que la política se degrada, que en la civilización del espectáculo, el cómico es el rey.

Un amigo poeta me dice que el último libro de Vargas Llosa es más de lo mismo y ya lo comprobé: “Aunque plantea cosas interesantes sobre las publicaciones, le saca la quinta maña a los críticos literarios y al llamado conocimiento multidisciplinario. Pero es súper reaccionario en la mayoría de cosas, aunque vale la pena leerlo”. Complejo este Vargas Llosa, que para muchos es un neoliberal posero y perverso. A principio de abril, también en la Universidad de Lima y mientras asistía al coloquio “Literatura, poder y libertad” junto al historiador mexicano Enrique Krauze y el profesor peruano en la UCLA, Efraín Kristal, había sostenido entre sorpresa, que el liberalismo es una doctrina llevada a la práctica de mala manera porque existen falsos liberales que disocian La Libertad económica de La Libertad política cuando en realidad la verdadera libertad es indivisible. Varguitas se rayó cuando dijo que el verdadero liberalismo es aquella doctrina que conquista el mundo con La Libertad, fuente de la democracia. Pocos le creyeron.

Su visión política de su último libro –un compendio de sus últimos textos periodísticos “Piedra de toque” más apostillas—traslada al tema de la “cultura” –sí con comillas—sostiene que no todos los seres humanos podemos ser cultos. Que aquello solo es propiedad de una elite, de una aristocracia que aunque provoque rechazo en bloque, no es más que una gran ingenuidad. Y remata en su introducción que: “Vivimos en la extraordinaria revolución tecnológica, audiovisual, el mundo es tan absolutamente diferente que es muy, muy difícil ponerse hoy en día en la piel de un joven. Hay muchas cosas en el pasado que hay que reformar. Pero hay una que se debe conservarla renovándola, actualizándola, esa es la cultura. Una civilización que ha producido Goya, Rembrandt, Mahler, Goethe no es despreciable, no puede ser despreciable. Eso fijó unos ciertos patrones que deben ser, si se quiere, criticados pero mantenidos, continuados. Y esa continuación es la que yo creo que se pierde si la cultura pasa a ser una actividad secundaria y relegada al puro campo del entretenimiento”.

Vargas Llosa sabe que vivimos en el reino de lo efímero y que el viejo armatoste de las ideas patrón hoy se diluye. Conservador, ataca la posmodernidad, ergo el tiempo de nosotros. Así pronostica la desaparición de la cultura en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo y confirma el eclipse del intelectual en la sociedad actual. Lo cito en esta cita: “El intelectual (de hoy) sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón. Querer divertirse es legítimo pero convertirlo en un valor supremo tiene sus consecuencias: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”. Cierto Varguitas, pero eso fue lo que propició el bendito liberalismo, sociedades donde la vigilancia y control solo originaron ciudadanos ignorantes y excluidos de ese cogollo canónico y aristocrático. 

Así como Magaly Medina –perdón por mi torpeza--, Lady Gaga o Beyoncé no las crearon las izquierdas. A la literatura “Rosa mosqueta” de Bayly o Paulo Coelho no la inventó el socialismo. No, son el producto residual del orden arcaico. Por ello existe la novela “light” y la poesía chatarra. Pero polémico, Vargas Llosa critica los espacios que se le dedica a la moda y a la cocina en las secciones de cultura. Dice que los cocineros y los modistos tienen ahora “el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos”. Es cierto en que andamos mezclados con “las estrellas de la televisión y con los grandes futbolistas quienes tienen más influencias hoy que los profesores, los pensadores y los teólogos. Cuando se refiere al cine agarra carne. Se queja Varguitas que el cine ya no produce creadores como Bergman, Visconti o Buñuel. Que hoy se considera un ícono a Woody Allen quien es considerado mejor que Orson Welles o que se trate a Andy Warhol a Gauguin o a Van Gogh en pintura, o a un Darío Fo a un Chéjov o un Ibsen en teatro.

Tiene razón pero va preso, decían en mi tiempo. “La civilización del espectáculo”, no obstante, es un buen pretexto para discutirnos todo. Provocador y único, Vargas Llosa es fregado. Uno puede estar de acuerdo o no pero lo que no se puede negar –como me hizo recordar un alumno— es el gusto de que viva y joda en nuestros días. No mucho, le había leído definir su talante. Decía que uno tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia. Que la escritura es una venganza, un desquite de la vida y que para eso, ha sido preciso mantenerse en forma, cuidarse, viajar, a Palestina, a Irak, a Afganistán. Que fue preciso ir al Congo, al Amazonas, al Pacífico en busca de Gauguin. Que jamás se había detenido y que no pensaba pararse. Porque mientras tenga ilusión y curiosidad y le funcione la cabeza, pues iba a seguir envenenado de ganas por saberlo todo, pues la vejez no le aterrorizaba. “Me acerco a la muerte sin pensar en ella, sin temerla. Mientras trabajo me siento invulnerable”, recuerdo que dijo, casi inmortal.

jueves, 26 de abril de 2012


La guerra perdida

Fuente El Informador de México
P 

Por Mario Vargas llosa opinion@informador.com.mx


La expropiación del 51% del capital de YPF, propiedad del grupo Repsol, decidida por el Gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner, no va a devolver a Argentina “la soberanía energética”, como alega la mandataria. Va, simplemente, a distraer por un corto período a una opinión pública de los graves problemas sociales y económicos que la afectan con una pasajera borrachera de patrioterismo nacionalista, hasta que, una vez que llegue la hora de la resaca, descubra que aquella medida ha traído al país muchos más perjuicios que beneficios y agravado la crisis provocada por una política populista y demagógica que va acercándolo al abismo.

    Las semejanzas de lo ocurrido a Repsol en Buenos Aires con los métodos de que se ha valido el comandante Hugo Chávez en Venezuela para nacionalizar empresas agrícolas e industriales son tan grandes que parecen obedecer a un mismo modelo. Primero, someterlas a un hostigamiento sistemático que les impida operar con normalidad y las vaya empobreciendo y arruinando y, luego, cuando las tenga ya con la soga al cuello, “quedarse con ellas a precio de saldo”, como ha explicado Antonio Brufau, el presidente de Repsol, en la conferencia de prensa en la que valoró en unos ocho mil millones de euros el precio de los activos de la empresa víctima del expolio. Durante algunos años, la opinión pública venezolana se dejó engañar con estas “recuperaciones patrióticas” y  “golpes al capitalismo” mediante los cuales se iba construyendo el socialismo del siglo XXI, hasta que vino el amargo despertar y descubrió las consecuencias de esos desafueros: un empobrecimiento generalizado, una caída brutal de los niveles de vida, la más alta inflación del continente, una corrupción vertiginosa y una violencia que ha convertido a Caracas en la ciudad con el más alto índice de criminalidad de todo el planeta.

Desde hace algún tiempo el Gobierno argentino multiplica estas operaciones de distracción, para compensar mediante gestos y desplantes demagógicos, la grave crisis social que ha provocado él mismo con su política insensata de subsidios al consumo, de intervencionismo en la vida económica, su conflicto irresuelto con los agricultores y la inseguridad que han generado su falta de transparencia y constantes retoques y mudanzas de las reglas de juego en su política de precios y de reglas para la inversión. No es sorprendente que la inflación crezca, que la fuga de capitales, hacia Brasil y Uruguay principalmente, aumente cada día, y que la imagen internacional del país se haya venido deteriorando de manera sistemática.

Primero fue la guerra contra los diarios más prestigiosos del país, La Nación y  Clarín, con acusaciones y amenazas que parecían preceder su secuestro y clausura –espada de Damocles que aún pende sobre ellos, pese a lo cual ambos órganos han mantenido valerosamente su independencia– y, luego, más recientemente, la resurrección del tema de las Malvinas. En la reciente cumbre de Cartagena la presidenta Fernández de Kirchner experimentó una seria decepción al no obtener de sus colegas latinoamericanos el aval beligerante que esperaba, pues éstos se limitaron a ofrecerle un apoyo más retórico que práctico, temerosos de verse arrastrados a un conflicto de muy serias consecuencias económicas en un continente donde las inversiones británicas y europeas son cuantiosas. Inmediatamente luego de ese fracaso ha venido la expropiación de Repsol, el nuevo enemigo que la jefa del Estado argentino lanza a las masas peronistas como ominoso responsable de los males que padece el país (en este caso, el desabastecimiento energético). Mínimas victorias en una guerra perdida sin remedio.

En verdad, los males que padece ese gran país que fue Argentina –el más próspero y el más culto del continente desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX- no se deben a la prensa libre y crítica, ni al colonialismo británico, ni a las empresas extranjeras que trajeron sus capitales y su tecnología al país creyendo ingenuamente que éste respetaría la legalidad y cumpliría con los contratos que firmaba su Gobierno- sino al peronismo, que, con su confusa ideología donde se mezclan las más contradictorias aportaciones, el nacionalismo, el marxismo, el fascismo, el populismo, el caudillismo, y prácticamente todos los ismos que han hecho de América Latina el continente pobre y atrasado que es. Hay un misterio, para mí indescifrable, en la lealtad de una porción considerable del pueblo argentino hacia una fuerza política que, a lo largo de todas las veces que ha ocupado el poder, ha ido empobreciendo al país, malgastando sus enormes riquezas con políticas demagógicas, azuzando sus divisiones y enconos, destruyendo los altísimos logros que había alcanzado en los campos de la educación y la cultura, y retrocediéndolo a unos niveles de subdesarrollo que había dejado atrás antes que ningún otro país latinoamericano. No se necesita tener dotes de profeta para saber que la expropiación de Repsol va a acelerar esta lamentable decadencia.

Lo peor de todo es que el daño que esta injustificada medida significa no afecta sólo a Argentina, sino a América Latina en general, sembrando la desconfianza de los inversores sobre una región del mundo que, desde hace algunos años, ha emprendido en general, con pocas excepciones, el camino de la sensatez política, optando por la democracia, y del realismo económico, abriendo sus economías, integrándose a los mercados del mundo, estimulando la inversión extranjera y respetando sus compromisos internacionales. Y con resultados magníficos como los que pueden exhibir en los últimos años países como Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Perú, buena parte de América Central y México, en creación de empleo, disminución de la pobreza,  desarrollo de las clases medias y consolidación institucional. En vez de seguir este modelo exitoso, la señora Fernández de Kirchner ha preferido enrolarse en el catastrófico paradigma del comandante Hugo Chávez y sus discípulos (Nicaragua, Bolivia y Ecuador).

Por fortuna, no toda Argentina vive hechizada por los cantos de sirena populistas del peronismo. Dentro del propio partido de Gobierno hay sectores, por desgracia minoritarios, conscientes del giro anti moderno y anti histórico que ha venido adoptando el Gobierno de la señora Fernández de Kirchner y de las consecuencias trágicas que tendrá ello a la corta o a la larga para el conjunto de la sociedad. En la dividida oposición ha habido en estos días, por fortuna, algunas voces lúcidas para oponerse a la euforia nacionalista con que fue recibida la noticia de la expropiación de Repsol, como la del alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien declaró: “La expropiación nos endeuda y nos aleja del mundo. En un año estaremos peor que hoy”.

Es un augurio muy exacto. Los problemas energéticos de Argentina no son la falta de recursos, sino de tecnología y, sobre todo, de capitales. Como el país carece de ellos, debe traerlos de afuera. Y, con este precedente, no será fácil convencer a las empresas grandes y eficientes que vuelquen sus esfuerzos en un país que acaba de dar un ejemplo tan poco serio y responsable frente a sus compromisos adquiridos. A Argentina le van a llover las demandas de reparación ante todas las cortes e instituciones de comercio internacionales y sus relaciones no sólo con España sino con la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etcétera, se han vuelto ahora conflictivas. Todo este riesgo ¿para qué? Para gozar por unos días de la grita frenética de las bandas de piqueteros eufóricos y de las loas encendidas de una prensa servil. ¿Valía la pena?

Dentro de la América Latina de nuestros días, lo ocurrido con Repsol tiene un curioso sabor anacrónico, de fuera de época, de reminiscencia rancia de un mundo que ya desapareció. Porque, la verdad es que, de México a Brasil, aunque haya todavía enormes problemas que enfrentar –entre ellos, los principales, los de la corrupción y el narcotráfico– parecía ya superada la época nefasta del nacionalismo económico, del desarrollo hacia adentro, del dirigismo estatal de la economía que tanta violencia y miseria nos deparó. Parece mentira que tan horrendo pasado resucite una vez más y nada menos que en el país de un Sarmiento, un Alberdi y un Borges, que fueron, cada uno en su tiempo y en su campo, los adalides de la modernidad.

+ Imágenes con historia
¿Anhelo histórico del kirchnerismo?



domingo, 8 de abril de 2012


La Caza del Gay



08 de abril de 2012
Diario El País de España
Escribe Mario Vargas llosa

La noche del tres de marzo pasado, cuatro “neonazis” chilenos, encabezados por un matón apodado Pato Core, encontraron tumbado en las cercanías del Parque Borja, de Santiago, a Daniel Zamudio, un joven y activista homosexual de 24 años, que trabajaba como vendedor en una tienda de ropa.
Durante unas seis horas, mientras bebían y bromeaban, se dedicaron a pegar puñetazos y patadas al maricón, a golpearlo con piedras y a marcarle esvásticas en el pecho y la espalda con el gollete de una botella. Al amanecer, Daniel Zamudio fue llevado a un hospital, donde estuvo agonizando durante 25 días al cabo de los cuales falleció por traumatismos múltiples debidos a la feroz golpiza.
Este crimen, hijo de la homofobia, ha causado una viva impresión en la opinión pública no sólo chilena, sino sudamericana, y se han multiplicado las condenas a la discriminación y al odio a las minorías sexuales, tan profundamente arraigados en toda América Latina. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, reclamó una sanción ejemplar y pidió que se activara la dación de un proyecto de ley contra la discriminación que, al parecer, desde hace unos siete años vegeta en el Parlamento chileno, retenido en comisiones por el temor de ciertos legisladores conservadores de que esta ley, si se aprueba, abra el camino al matrimonio homosexual.
Ojalá la inmolación de Daniel Zamudio sirva para sacar a la luz pública la trágica condición de los gays, lesbianas y transexuales en los países latinoamericanos, en los que, sin una sola excepción, son objeto de escarnio, represión, marginación, persecución y campañas de descrédito que, por lo general, cuentan con el apoyo desembozado y entusiasta del grueso de la opinión pública.
Los delitos de este tipo que se hacen públicos son sólo una mínima parte de los que se cometen.
Lo más fácil y lo más hipócrita en este asunto es atribuir la muerte de Daniel Zamudio sólo a cuatro bellacos pobres diablos que se llaman neonazis sin probablemente saber siquiera qué es ni qué fue el nazismo. Ellos no son más que la avanzadilla más cruda y repelente de una cultura de antigua tradición que presenta al gay y a la lesbiana como enfermos o depravados que deben ser tenidos a una distancia preventiva de los seres normales porque corrompen al cuerpo social sano y lo inducen a pecar y a desintegrarse moral y físicamente en prácticas perversas y nefandas.
Esta idea del homosexualismo se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los púlpitos, se difunde en los medios de comunicación, aparece en los discursos de políticos, en los programas de radio y televisión y en las comedias teatrales donde el marica y la tortillera son siempre personajes grotescos, anómalos, ridículos y peligrosos, merecedores del desprecio y el rechazo de los seres decentes, normales y corrientes. El gay es, siempre, “el otro”, el que nos niega, asusta y fascina al mismo tiempo, como la mirada de la cobra mortífera al pajarillo inocente.
En semejante contexto, lo sorprendente no es que se cometan abominaciones como el sacrificio de Daniel Zamudio, sino que éstas sean tan poco frecuentes. Aunque, tal vez, sería más justo decir tan poco conocidas, porque los crímenes derivados de la homofobia que se hacen públicos son seguramente sólo una mínima parte de los que en verdad se cometen. Y, en muchos casos, las propias familias de las víctimas prefieren echar un velo de silencio sobre ellos, para evitar el deshonor y la vergüenza.
Aquí tengo bajo mis ojos, por ejemplo, un informe preparado por el Movimiento Homosexual de Lima, que me ha hecho llegar su presidente, Giovanny Romero Infante. Según esta investigación, entre los años 2006 y 2010 en el Perú fueron asesinadas 249 personas por su “orientación sexual e identidad de género”, es decir una cada semana. Entre los estremecedores casos que el informe señala, destaca el de Yefri Peña, a quien cinco “machos” le desfiguraron la cara y el cuerpo con un pico de botella, los policías se negaron a auxiliarla por ser un travesti y los médicos de un hospital a atenderla por considerarla “un foco infeccioso” que podía transmitirse al entorno.
Estos casos extremos son atroces, desde luego. Pero, seguramente, lo más terrible de ser lesbiana, gay o transexual en países como Perú o Chile no son esos casos más bien excepcionales, sino la vida cotidiana condenada a la inseguridad, al miedo, la conciencia permanente de ser considerado (y llegar a sentirse) un réprobo, un anormal, un monstruo. Tener que vivir en la disimulación, con el temor permanente de ser descubierto y estigmatizado, por los padres, los parientes, los amigos y todo un entorno social prejuiciado que se encarniza contra el gay como si fuera un apestado. ¿Cuántos jóvenes atormentados por esta censura social de que son víctimas los homosexuales han sido empujados al suicidio o a padecer de traumas que arruinaron sus vidas? Sólo en el círculo de mis conocidos yo tengo constancia de muchos casos de esta injusticia garrafal que, a diferencia de otras, como la explotación económica o el atropello político, no suele ser denunciada en la prensa ni aparecer en los programas sociales de quienes se consideran reformadores y progresistas.
Ante la homofobia, las ideologías políticas se funden en un solo ente de prejuicio y estupidez
Porque, en lo que se refiere a la homofobia, la izquierda y la derecha se confunden como una sola entidad devastada por el prejuicio y la estupidez. No sólo la Iglesia católica y las sectas evangélicas repudian al homosexual y se oponen con terca insistencia al matrimonio homosexual.
Los dos movimientos subversivos que en los años ochenta iniciaron la rebelión armada para instalar el comunismo en el Perú, Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru), ejecutaban a los homosexuales de manera sistemática en los pueblos que tomaban para liberar a esa sociedad de semejante lacra (ni más ni menos que lo hizo la Inquisición a lo largo de toda su siniestra historia).
Liberar a América Latina de esa tara inveterada que son el machismo y la homofobia —las dos caras de una misma moneda— será largo, difícil y probablemente el camino hacia esa liberación quedará regado de muchas otras víctimas semejantes al desdichado Daniel Zamudio. El asunto no es político, sino religioso y cultural. Fuimos educados desde tiempos inmemoriales en la peregrina idea de que hay una ortodoxia sexual de la que sólo se apartan los pervertidos y los locos y enfermos, y hemos venido transmitiendo ese disparate aberrante a nuestros hijos, nietos y bisnietos, ayudados por los dogmas de la religión y los códigos morales y costumbres entronizados. Tenemos miedo al sexo y nos cuesta aceptar que en ese incierto dominio hay opciones diversas y variantes que deben ser aceptadas como manifestaciones de la rica diversidad humana. Y que en este aspecto de la condición de hombres y mujeres también la libertad debe reinar, permitiendo que, en la vida sexual, cada cual elija su conducta y vocación sin otra limitación que el respeto y la aquiescencia del prójimo.
Las minorías que comienzan por aceptar que una lesbiana o un gay son tan normales como un heterosexual, y que por lo tanto se les debe reconocer los mismos derechos que a aquél —como contraer matrimonio y adoptar niños, por ejemplo— son todavía reticentes a dar la batalla a favor de las minorías sexuales, porque saben que ganar esa contienda será como mover montañas, luchar contra un peso muerto que nace en ese primitivo rechazo del “otro”, del que es diferente, por el color de su piel, sus costumbres, su lengua y sus creencias y que es la fuente nutricia de las guerras, los genocidios y los holocaustos que llenan de sangre y cadáveres la historia de la humanidad.
Se ha avanzado mucho en la lucha contra el racismo, sin duda, aunque sin extirparlo del todo. Hoy, por lo menos, se sabe que no se debe discriminar al negro, al amarillo, al judío, al cholo, al indio, y, en todo caso, que es de muy mal gusto proclamarse racista.
No hay tal cosa aún cuando se trata de gays, lesbianas y transexuales, a ellos se los puede despreciar y maltratar impunemente. Ellos son la demostración más elocuente de lo lejos que está todavía buena parte del mundo de la verdadera civilización.

Mario Vargas Llosa: La Vida como Espectáculo


08 de abril de 2012
Escribe Alonso Cueto

La tesis central de La civilización del espectáculo (Alfaguara) de Mario Vargas Llosa es que la nuestra está signada por el culto al  entretenimiento y a la frivolidad. Este hecho tiñe todos los aspectos de lo que conocemos como nuestra civilización y ha desvalorizado nuestra noción de la cultura. La política, la ciencia, las comunicaciones, el arte, la religión, tal como son entendidas hoy, están definidas como un intento por exhibir o impresionar y no por reflexionar o explorar. La vieja frase de Oscar Wilde según la cual conocemos “el precio de todo y el valor de nada”, se ha plasmado. Los límites entre valor y el precio han desaparecido a favor de este último. Hoy lo que vende, lo que hace titulares, lo que escandaliza es también considerado lo que vale y lo que cuenta.
Este empobrecimiento coincide con la desaparición de las fronteras entre lo privado y lo público. Lo privado, el espacio en el que se ha cultivado el gran arte, el erotismo, el pensamiento, la meditación religiosa, y la inteligencia, ha sido colonizado y destruido por el gran ojo público. Si Orwell predijo que el Gran Hermano iba a vigilarnos, no imaginó que ese ojo tendría la forma de los medios de comunicación y que su efecto sería esclavizarnos a su mirada. Hoy el “ampay” a una estrella o el porro de  Antauro son mucho más efectistas y cotizados que cualquier otra noticia.   

Los ejemplos que ofrece Vargas Llosa son numerosos y convincentes. Uno de los más notorios es el mercado del arte en el que un creador discutible como Damien Hirst vende becerros dorados o tiburones preservados en formol por millones de libras esterlinas. Al no haber una crítica seria o influyente, su valor estético no existe y por lo tanto se deriva de su precio en el mercado. Otro es la literatura. Thomas Mann, Faulkner o Proust han sido reemplazada por autores azuzados por la primera necesidad del mercado: impactar a la mayor cantidad de lectores para que sus libros puedan venderse. En cuanto al periodismo literario, el libro ofrece una comparación elocuente. Hubo un tiempo en el que Edmund Wilson definía la calidad de los libros. Hoy día lo hacen los programas televisivos de Oprah Winfrey.
La frivolización del periodismo con su búsqueda de titulares y la del erotismo, con su banalización y masificación del sexo, son otros temas del libro. Me parece especialmente interesante la crítica a la frivolización de la religión. Al contrario de lo que algunos pudieran suponer, Vargas Llosa señala la enorme importancia que tiene la religión como un motivador de la moral y un aglutinador de la espiritualidad social. Aunque advierte la necesidad de un Estado laico, también subraya la importancia de la enseñanza de la religión no sectaria en la marcha social para evitar que “la cultura no degenere al ritmo que lo viene haciendo”. Uno de los temas más fascinantes es el de la relación entre la crisis de la religión y la crisis del capitalismo.  
Quizá el pasaje que mejor sintetiza el espíritu del libro es el que aparece en la Reflexión final: “Nunca hemos vivido, como ahora en una época tan rica en conocimientos científicos y en hallazgos tecnológicos, ni mejor equipada para derrotar la enfermedad, la ignorancia y la pobreza, y, sin embargo, acaso nunca hayamos estado tan desconcertados respecto a ciertas cuestiones básicas como qué hacemos en este astro sin luz propia que nos tocó, si la mera supervivencia es el único norte que justifica la vida, si palabras como espíritu, ideales, placer, amor, solidaridad, arte, creación, belleza, alma, significan algo todavía y si la respuesta es positiva, qué hay en ellas y qué no”.  
Mientras que la cultura fue en el pasado uno de los espacios en los que estos temas se abordaban, añade el autor, hoy parece más bien el terreno en el que todos los problemas se olvidan o soslayan. En el texto final, que reproduce el discurso al recibir el premio de la Paz de los editores alemanes en 1996, Vargas Llosa recuerda que inició su carrera literaria en una época en la que se valoraba el impacto moral de los libros. No es casual, me parece, que desde entonces sus protagonistas (de Alberto a Casement) sean héroes morales. Recordando la frase de Sartre, para Vargas Llosa las palabras eran y son actos.
Hoy, en cambio, las palabras no son actos sino con frecuencia caricias al consumidor. Son palabras hechas para desaparecer. El ensayo de Vargas Llosa me recuerda las ideas de Zygmund Bauman, sobre la “modernidad líquida”. Según Bauman la vida moderna ha suprimido las identidades fijas. La única identidad deseable hoy es la mudable y adaptable a las nuevas situaciones. La concepción del tiempo actual es “puntillista” y discontinua. Está hecho para la fugacidad, es decir para el olvido. Este culto a lo mudable hace que la identidad dependa de las exigencias del cliente, uno de los presupuestos de la civilización del espectáculo.
El libro de Vargas Llosa puede parecer un libro pesimista pero no lo es. En la civilización del espectáculo, más que nunca, se pueden dar las condiciones para un renacimiento de la reflexión. Este libro es una de las protestas más inteligentes y hermosas a un tema esencial de nuestro tiempo.  Está escrito con pasión y se lee del mismo modo. Como siempre con su autor, es un libro transgresor.

Mario Vargas Llosa: “Desde que tengo uso de razón, todas las dictaduras yo las he combatido”



Paola Ugaz.
01 de abril de 2012
El pasado 28 de marzo, el Nobel de LiteraturaMario Vargas Llosa, celebró su cumpleaños número 76 en su tierra natal, Arequipa; lo celebró en olor de multitud y anunciando el regalo de uno de los objetos más preciados en su vida: su colección de cerca de 30 mil ejemplares dispersa en sus bibliotecas de Lima, Madrid y París.
A la Ciudad Blanca lo acompañó toda la familia: su esposa Patricia, sus hijos Álvaro y Morgana con sus parejas y sus hijos. Solo faltó Gonzalo, aunque estuvieron sus hijas en su representación.
Este 11 de abril Vargas Llosa presentará en Madrid, su último libro, un ensayo titulado "La civilización del espectáculo" en el que reflexiona sobre la importancia de la cultura en la humanidad y el riesgo que pende sobre ella, que al volverla digerible y entretenida se vuelva un producto frívolo y banal.Entre los planes del prolífico intelectual peruano, antes de que cumpla 80 años y no se vuelva "un viejo gagá" (como se califica), está la redacción de la segunda parte de sus memorias plasmada en “El pez en el agua“ y de la adaptación teatral de Bocaccio,  así como la elaboración de reportajes como los que hizo sobre Irak, Palestina y el Congo.
Conocido por su resistencia a las nuevas tecnologías, Vargas Llosa usa su computadora como una máquina de escribir, salvo cuando quiere buscar información; se siente “bastante ajeno del Internet“ y se aferra al papel a la hora de la lectura, pues considera de modo pesimista que el "e-book" puede significar el empobrecimiento de la literatura.
En entrevista con La República, el escritor, periodista y actual garante del gobierno de Ollanta Humala, reflexiona sobre las elites políticas, el autogolpe del 5 de abril, el fascismo peruano, la necesidad de un Estado laico, y del deber moral de los peruanos hacia las víctimas del reciente conflicto interno que ensangrentó el país.
Al mirar hacia atrás, ¿se le ocurre alguna frase que puede resumir su prolífica vida?
Tal vez el título de una colección de ensayos que yo publiqué que es “Contra viento y marea“, si hay algo que caracteriza mi vida es que en muchas circunstancias he tenido que nadar contra la corriente porque no me conformaba con una situación familiar, política o cultural. Ha sido una constante en mi vida y una de las cosas que me ha mantenido vivo hasta hoy.
Hace un año, desde Argentina anunció su voto por Ollanta Humala, ¿cuál es su reflexión luego de tomada esa decisión?
Fue una decisión absolutamente acertada, creo que Ollanta Humala ha respetado escrupulosamente la hoja de ruta a la que se comprometió con los peruanos en San Marcos, y que incluso ha ido un poco más allá, él está respetando no solo las instituciones democráticas, sino que ha asumido como un ingrediente central a su gobierno, el apoyo a la inversión, mantener una economía abierta para que el mundo venga aquí y para que el Perú salga al encuentro del mundo, sin renunciar a la inclusión social, que es un principio de solidaridad y de humanidad que sigue siendo como el norte de su política.
Humala tiene muy claro que para que la inclusión social sea efectiva, debe haber creación de riqueza, de empleo. Es un verdadero estadista, democrático, con mucha sensibilidad social y al mismo tiempo muy consciente de que la ideología que algún momento lo tentó podía ser un obstáculo enorme para conseguir ese desarrollo.
¿Qué opina de la Primera Dama, Nadine Heredia?
Tengo una gran simpatía y un gran cariño por Nadine Heredia, a quien están atacando de una manera muy injusta porque yo creo que está colaborando muy eficiente y muy eficazmente con la labor del presidente, acercándose constantemente al pueblo, a la gente más humilde y más necesitada con un mensaje de optimismo y de esperanza.
Nosotros no hemos tenido una Primera Dama que esté cumpliendo su misión con tanto talento y con tanta simpatía, sin violentar, sin trasgredir en lo mas mínimo los límites entre los cuales se mueve la esposa del Presidente de la República.
No entiendo los ataques que recibe, creo que se deben mucho más a la envidia, a la emulación, a extraños complejos, y también a ese prurito de sabotear lo que está bien en el Perú de una minoría muy identificada con la dictadura de Fujimori y que no se resiste a aceptar la derrota que le infligió el pueblo peruano en las últimas elecciones.
¿Qué opina del caso del hermano problema, Antauro Humala?
Vivimos en una cultura que está depravada por la necesidad del espectáculo y el escándalo y un caso como el de Antauro Humala, que debía ocupar una porción insignificante en la prensa, pasa a primeras planas, por una parte, por esa necesidad de escándalo, por el amarillismo que desgraciadamente está muy enraizado en nuestra cultura, porque es un instrumento para desestabilizar al gobierno, para distraer la atención pública de las cosas importantes y centrarlas en lo superficial.
Hay que hacer una crítica a los medios, que están agigantando algo que debía ocupar un lugar insignificante, mínimo, por lo ridículo que es y no convertirse en el centro de la actualidad de un país que tiene problemas muchísimo más importantes y profundos.
¿El presidente Humala es víctima de su hermano Antauro?
Yo creo que (el presidente Ollanta Humala) es víctima de Antauro, y que aparte del exhibicionismo, que clarísimamente lo motiva, lo motiva también el hecho de hacer daño a su hermano, no sabemos si es envidia, si es emulación, pero clarísimamente quiere hacerle mucho daño, trabaja de una manera que es muy innoble porque el presidente lógicamente es alguien que respeta y quiere a su familia, y está un poco maniatado, no debería estarlo, porque claramente allí Antauro Humala está prestándose de instrumento a los enemigos del gobierno que son también los enemigos de la democracia.
Son gentes que quieren desestabilizar a este gobierno precisamente porque lo está haciendo bien y yo creo que porque no acaban de aceptar la derrota que recibieron en las ánforas en las últimas elecciones.
EL FUJIMORISMO
A 20 años del 5 de abril de 1992, ¿qué opina del autogolpe de Fujimori?
Yo no me metí con el gobierno de Fujimori después de la victoria, que fue legítima, la acepté, y me callé la boca y me fui a  trabajar y a escribir; y el 1992, solamente porque hubo un golpe de estado, y yo estoy contra de los golpes de estado, comencé a criticar lo que me parecía una tragedia para mi país y lo hice durante todo el tiempo de la dictadura como lo he hecho con todas las dictaduras que ha padecido el Perú desde que yo tengo uso de razón, todas las dictaduras yo las he criticado y las he combatido.
Tocaré madera, espero que no vuelva a haber ninguna más, pero si hubiera alguna más mi actitud será exactamente la misma, creo que cada vez es más difícil que eso ocurra, precisamente porque hay consensos democráticos muy amplios, pero cuando uno ve la campaña que hay montada contra Ollanta Humala uno se da cuenta que quedan todavía unos residuos de lo que llamaríamos el fascismo peruano.
¿Qué es el fascismo peruano?
Ese sector de peruanos que prefiere que haya un hombre fuerte, que haya un gobierno militar, que aplique el palo, que tire balas para poner orden, que cree que es a través de eso que se puede conseguir estabilidad y desarrollo, es una visión de gente inculta, ciega y fanática, porque cada vez que nosotros hemos tenido el hombre fuerte que pega palos y pega tiros el Perú ha retrocedido, el Perú se ha enconado, la división ha sido muchísimo mayor, y el resultado ha sido no el progreso sino una violencia social terrible; pero yo creo que son una minoría, desgraciadamente muy poderosa, tiene medios que le permiten llegar al gran público, que utilizan con una irresponsabilidad casi delictiva, en algunos casos, pero creo que estadísticamente son una minoría y una minoría cada vez más insignificante, que irá desapareciendo poco a poco a medida que el Perú progrese y que la cultura democrática avance en nuestro país.
¿Por qué fue una tragedia para el país el autogolpe del 5 de abril de 1992?
Fue una tragedia para el Perú y quien destruyó la legalidad fue un criminal (Alberto Fujimori), un criminal que afortunadamente está pagando ese crimen, yo no creo que haya un delito más grave que destruir un sistema democrático que le ha permitido a uno llegar a la primera magistratura de la nación, para eso no puede haber perdón. El señor Fujimori subió democráticamente al poder con los votos de los peruanos y destruyó el sistema que lo llevó al poder, y tuvo apoyo popular para el golpe de estado; eso habla mal de los peruanos y muestra su cultura política, muestra su ceguera respecto a lo que es el efecto de una dictadura sobre la vida social.
Nosotros lo hemos pagado: hay miles de familias que sufren las consecuencias de esa dictadura genocida y probablemente la más corrupta que ha tenido el Perú en toda su historia, fuimos el hazmerreír del mundo cuando Fujimori y Montesinos saqueaban el país de la manera más absolutamente inescrupulosa, y cuando se cometían las violaciones a los derechos humanos que fueron un escándalo internacional. Esa etapa ha quedado atrás, pero hay que estar seguros de que esa etapa no va a volver y para eso hay que salir a enfrentarse a quienes quieren desestabilizar esta democracia y clarísimamente por la nostalgia que tienen de ese régimen de violencia en el que desafortunadamente muchas personas y muchas empresas medraron, ¿no?, eso es lo que explica esa nostalgia.
Es una minoría que se va encogiendo porque tengo  la impresión de que la cultura democrática ha echado raíces y lo que hay que hacer es cultivarla, fortalecerla, para que no vuelva a desplomarse nunca más.
El analista político, Julio Cotler ha afirmado que a 20 años del 5 de abril somos una sociedad post-Fujimori ¿qué opina de esa afirmación?
Creo que Julio Cotler tiene razón, somos post Fujimori en dos sentidos, por una parte nos hemos librado del terrible experimento que fue una dictadura corrupta y genocida pero, por otra parte, el fujimorismo está todavía muy presente, tiene un núcleo duro, que está muy arraigado,  con mucho poder económico, porque no hay que olvidarse que ellos robaron muchísimo y están muy presentes en los medios, tienen influencia política porque tienen una capacidad de soborno muy grande, pero no pueden ganar una elección.
El resultado que obtuvo Keiko Fujimori fue absolutamente excepcional y como ha ocurrido con todos los partidos políticos nacidos de dictaduras: el sanchezcerrismo, el odriísmo, el velasquismo… el fujimorismo va también a seguirse encogiendo hasta extinguirse del todo…pero todavía está allí y puede jugar un papel de sabotaje, de minar la vida democrática del Perú.
Lo vemos hoy día en los órganos de prensa fujimoristas que combaten ya no al gobierno sino a las instituciones democráticas.
¿Cómo ve el periodismo en Perú?
El periodismo nunca se ha recuperado de lo que significó el velasquismo. Cuando Velasco capturó todos los medios de comunicación, el periodismo sufrió un envilecimiento increíble, una mediocrización enorme. El viejo periodismo quizás no era muy progresista, quizás conservador, hasta reaccionario, pero tenía niveles de calidad, de respeto de las formas, eso se perdió y se introdujo la inmundicia, el libelo, el insulto, el escándalo, las peores formas del amarillismo.
Si bien los periódicos y las televisiones volvieron a sus propietarios, quedó ese lastre moral y cultural del que nunca nos recuperamos del todo. En los años de la dictadura Fujimori lo hemos visto en la manera en que la prensa se plegó con un servilismo increíble a la dictadura, en las campañas electorales, en la poca independencia y neutralidad. Lo hemos visto en la cantidad de los periodistas que por ser decentes  y por ser independientes han sido echados de sus puestos; bueno, tú has vivido eso desde adentro y lo conoces más que nadie. En ese sentido, el periodismo está muy rezagado en comparación con otros países, como Chile, por ejemplo, donde hay un periodismo muy moderno y eficiente, y mucho más independiente que el periodismo que se ejercita en el Perú. Creo que es una de las deficiencias de nuestro sistema democrático, hay una gran necesidad de que el periodismo se modernice y que haya un respeto a la diversidad, a la independencia del criterio de los periodistas, y también en el respeto de las formas, porque la manera en que el periodismo insulta y calumnia en el Perú es verdaderamente vergonzosa.
A propósito del libro de Carlos Flores Lizana, ¿el arte está saldando la deuda con la memoria de lo que ocurrió en el conflicto interno?
No, todavía los peruanos no estamos haciendo justicia con las víctimas, todavía hay reticencias para reconocer que se vivieron injusticias atroces y que el Perú debería de alguna manera desagraviar a las familias que perdieron padres, hijos y nietos que se quedaron en la ruina y el desamparo total. Es un libro muy interesante porque no es político, es alguien que simplemente fue a llevar a cabo una tarea pastoral y se encontró con el infierno.
Da cuenta de ese error que es una herida sangrante en miles y miles de hogares y los peruanos que no hemos padecido eso tenemos una obligación moral con esas víctimas.
¿Cómo fue el papel de la Iglesia en la época del terror?
Desgraciadamente el papel de la Iglesia fue un papel en el que cabían actitudes muy contradictorias. Por una parte, hubo religiosos como Flores Lizana, sacerdotes, monjas, cristianos de los organismos de base que desarrollaron una labor admirable y heroica; y hubo una jerarquía -no toda necesariamente pero sí alguna- como la que él denuncia, que dio la espalda a toda esta violencia, y que incluso respaldó los crímenes que se cometían en la represión contra el crimen que representaba Sendero Luminoso. En ese sentido, también el testimonio es muy interesante de cómo prevaleció en cierta jerarquía de la Iglesia el criterio político sobre el criterio religioso y espiritual.
¿Cree que esa jerarquía eclesial pueda tomar la Universidad Católica?
No creo que vaya a ocurrir. La Universidad Católica es una universidad de católicos pero no de fanáticos; de católicos democráticos, abiertos, que piensan que el catolicismo puede coexistir con libertad de cátedra y con la libertad de opiniones. La defensa de la Universidad Católica nos interesa a todos los peruanos, porque la Universidad Católica es una gran universidad, es una de las pocas universidades que podemos llamar gran universidad a nivel internacional, sería terrible que el fanatismo y la intolerancia suprimieran toda esa diversidad intelectual.
¿Cuán lejos está el Perú de ser un estado laico?
Esta lejos todavía, porque la cultura de la libertad es una película muy superficial todavía en el Perú. Es muy difícil para muchos peruanos entender que una cultura laica no es una cultura que está contra la Iglesia.
La defensa de la laicidad del Estado garantiza la diversidad. No debemos permitir que las religiones se identifiquen con el Estado y lo controlen porque las religiones no son democráticas, tienen verdades absolutas que no admiten controversia o rechazo, como por ejemplo, para la Iglesia no hay aborto terapéutico, no hay matrimonios gays y no hay una política más sensata para la legalización de las drogas.
EL ESCRITOR Y LAS ELITES PERUANAS
¿Cómo es su relación con las elites en América Latina?
Yo defiendo cosas que la elite suele defender también, como el mercado libre, la empresa privada, la propiedad privada, pero para mí eso es inseparable de la defensa de la democracia y de la libertad, y muchas de esas elites latinoamericanas no son democráticas sino más bien autoritarias y creen en el hombre fuerte y apoyan a las dictaduras.
Allí yo tengo enfrentamientos constantes y sobre todo en el Perú, la elite peruana estuvo conmigo cuando yo me opuse a la nacionalización de la banca y organicé manifestaciones populares porque pensé que la nacionalización de la banca iba a ser una catástrofe económica para el Perú e iba a acabar a la democracia.
Pero cuando yo ataqué a la dictadura de Fujimori cuando cerró el Congreso e impuso una constitución, la elite, que estaba muy contenta con la dictadura, pues comenzó a atacarme con ferocidad; en la última elección, cuando dije que era una locura votar por la hija de un dictador que estaba preso por ladrón y por asesino, la elite peruana, que estaba con el dictador preso y asesino pues me atacó y me bañó de mugre, pero a mi no me importó.
Lo que yo defiendo, que es una posición democrática  y liberal, es la que poco a poco se está imponiendo. Afortunadamente en el Perú esa elite anticuada, obsoleta y autoritaria está quedando más obsoleta y más marginada porque hay una clase media emergente más democrática y en buena hora, porque representa un progreso para el Perú.