domingo, 24 de abril de 2011


El Mal Absoluto

Dom. 24 abr '11

Fuente: diario Perú21

Autor: Jaime Bayly

UNO
El señor Mario Vargas Llosa se ha precipitado por el abismo del siguiente razonamiento: Primero, debo votar en las elecciones peruanas del próximo 5 de junio; Segundo, no debo viciar el voto ni votar en blanco, tengo que elegir a un candidato; Tercero, dado que ningún candidato me parece del todo confiable ni despierta mi entusiasmo, debo elegir el menor de los males; Cuarto, el Mal Absoluto es la dictadura; Quinto, si voto por la señora Keiko Fujimori se instaurará con toda seguridad en el Perú una dictadura presidida de facto por su padre, Alberto Fujimori; Sexto, para evitar esa dictadura de Alberto Fujimori, que es el Mal Mayor, debo votar por Ollanta Humala, que tal vez instaure una dictadura al estilo venezolano, pero, de ser ese el caso, sería el Mal Menor por comparación con el Mal Mayor o el Mal Absoluto, encarnado en el señor Alberto Fujimori.

DOS
El problema con el fabuloso razonamiento del señor Vargas Llosa es uno bien simple: ¿cómo infiere lógicamente que votar por la señora Keiko Fujimori implica necesaria e inexorablemente que el Perú sea gobernado los próximos cinco años por una dictadura presidida por el señor Alberto Fujimori? No hay un mínimo rigor cartesiano en tan inflamada deducción, puesto que: Primero, la señora Keiko Fujimori es una persona distinta de su padre y no un apéndice o un órgano vital del señor Alberto Fujimori; Segundo, la señora Keiko Fujimori tiene unas ideas políticas que no siempre coinciden con las de su padre, como lo demostró en el segundo gobierno de su padre, cuando pidió públicamente la destitución de Montesinos y cuando se opuso públicamente a la reelección ilegal de su padre, pedidos ambos que su padre ignoró o rechazó; Tercero, la señora Keiko Fujimori ha jurado por Dios (y, que se sepa, no es atea) que, si gana las elecciones, no indultará a su padre; y Cuarto, la señora Keiko Fujimori ha prometido que, si gana las elecciones, presidirá un gobierno democrático y honrado, que en cierto modo le permita limpiar moralmente a su apellido de los vicios autoritarios y las corruptelas que mancharon el gobierno de su padre, del mismo modo que el señor Alan García (con el voto del señor Vargas Llosa) tuvo ocasión de redimirse ante el Perú de los horrores, incompetencias y pillerías de su primer gobierno.

TRES
Si el Mal Mayor o el Mal Absoluto es en efecto la dictadura, y si queremos evitar una dictatura en el Perú, y si debemos votar el próximo 5 de junio, tal vez conviene razonar de la siguiente manera: Primero, como bien dice el señor Vargas Llosa, debemos elegir, puesto que no hacerlo parecería una postura irresponsable, como irresponsables son hasta el momento los señores Kuczynski, Toledo y Castañeda, que optan cómodamente por la opción pusilánime de repudiar a los dos candidatos y no tomar partido; Segundo, como bien dice el señor Vargas Llosa, debemos elegir, entre los dos candidatos, a quien nos dé más garantías de que respetará la democracia y mejorará las condiciones de vida de los peruanos; Tercero, así como la señora Keiko Fujimori no es responsable de que su padre haya tenido o aún tenga ideas dictatoriales, el señor Ollanta Humala no es responsable de que su padre, el señor Isaac Humala, comunista de la vieja guardia, haya tenido o aún tenga ideas dictatoriales, racistas, xenofóbicas y homofóbicas: es decir, no parece justo atribuir a los hijos las malas ideas de sus padres; Cuarto, para saber cuál de los dos candidatos tiene unas ideas más democráticas o menos democráticas, más liberales o menos liberales, más proclives a un gobierno estatista, autoritario o dictatorial, es preciso examinar cuidadosamente la biografía de ambos, así como sus planes de gobierno; Quinto, la biografía del señor Ollanta Humala revela que tramó y celebró un golpe frustrado contra la democracia peruana en 2005, mientras que la biografía de la señora Keiko Fujimori revela que nunca ha tramado ni ejecutado un atentado contra la democracia peruana y que más bien se opuso a la reelección antidemocrática de su padre el 2000; Sexto, el plan de gobierno del señor Ollanta Humala está plagado de ideas estatistas y antiliberales que harían que su gobierno oscilase entre la autocracia de Chávez en Venezuela y las democracias populistas de Correa en Ecuador y la viuda de Kirchner en Argentina; Séptimo, el plan de gobierno de la señora Keiko Fujimori asegura que el Perú siga en el camino del crecimiento económico basado en la creación de la riqueza gracias a la iniciativa privada, que es el modelo de prosperidad que debemos imitar de un país exitoso como Chile; Séptimo, no siendo justo asumir que si el señor Humala gana, el Perú tendrá de inmediato y de un modo ineluctable una dictadura, y siendo igualmente injusto asumir que si la señora Fujimori gana será inevitable que ella instaure una dictadura familiar encabezada por su padre, la biografía y el plan de gobierno del señor Ollanta Humala permiten llegar a la sensata y fundamentada conclusión de que si él gana las elecciones, el peligro de que la democracia peruana se vea minada o socavada es sin duda mayor al que representa la señora Fujimori, del mismo modo que, si gana el señor Humala, podemos afirmar que sus ideas económicas muy probablemente llevarán al Perú por el despeñadero del populismo estatista de la Argentina, Ecuador o Venezuela, a diferencia del plan de gobierno de la señora Fujimori, cuyas ideas a favor de la libertad económica casi seguramente propiciarán que el Perú continúe en la senda próspera de un país exitoso como Chile, donde cada año hay menos pobres (lo que no puede decirse de la Argentina, Ecuador ni Venezuela).

CUATRO
El señor Vargas Llosa ha dicho que la dictadura de Alberto Fujimori es una de las más espantosas y crueles de la historia. No es verdad. Al menos en el Perú, la dictadura militar del general Juan Velasco fue bastante más espantosa y cruel (especialmente para los pobres) que la del señor Fujimori. Y el señor Vargas Llosa aplaudió a la dictadura del general Velasco hasta bien entrado 1974 (leer “Sables y Utopías”). Por lo demás, si los peruanos pensaran mayoritariamente que la dictadura del señor Fujimori fue tan espantosa como dice el señor Vargas Llosa, y si pensaran mayoritariamente que el señor Alejandro Toledo fue un mejor presidente que el señor Fujimori, tiene cierta lógica suponer que entonces el señor Toledo estaría en la segunda vuelta y no la hija el señor Fujimori, puesto que, si bien votar por la hija del señor Fujimori no implica necesariamente votar por las ideas de su padre, sin duda es verdad que muchos de quienes han votado por la señora Keiko Fujimori recuerdan con aprecio, afecto o gratitud al señor Alberto Fujimori, quien, a pesar de los execrables crímenes que cometió, salvó al Perú del caos del terrorismo y la hiperinflación que le dejó Alan García.

CINCO
El señor Vargas Llosa ha dicho en Buenos Aires que votará por el señor Ollanta Humala “sin alegría y con temor”. Es una lástima que el Premio Nobel de Literatura se vea obligado a hacer algo que le provoca congoja, aflicción y cierto pavor. No parece justo que, a sus años, y con su enorme talento, y recibiendo casi un homenaje al día (cuando no dos), el señor Vargas Llosa se vea urgido a hacer algo que, según ha confesado, lo hundirá en las tinieblas de la tristeza y el miedo. Como peruano, y como admirador de su obra literaria, le ruego que, a su edad, sólo haga cosas que no le inspiren temor y le procuren la alegría que él bien se merece, y que se abstenga de hacer aquellas cosas que lo priven de una cierta felicidad o sosiego otoñal. El señor Vargas Llosa merece sentirse a gusto y vivir sin sobresaltos. Tal vez está en su mejor interés, y en el de la mayoría de los peruanos, que no sucumba a la tentación autodestructiva de votar por Ollanta Humala.

SEIS
Cuando el señor Vargas Llosa vendió a cambio de una pequeña fortuna los derechos cinematográficos de su novela “Pantaleón y las visitadoras” al entonces próspero empresario José Enrique Crousillat, ¿no sabía el bien informado señor Vargas Llosa que el señor Crousillat era un fervoroso admirador de la dictadura de Alberto Fujimori y que el canal de televisión del señor Crousillat rendía loas y alabanzas al dictador Fujimori? ¿No sabía el señor Vargas Llosa que los cuantiosos dólares que le pagó el señor Crousillat provenían de un empresario que era socio de Montesinos y, a la vez, leal e incondicional partidario de la dictadura de Fujimori, es decir del Mal Absoluto? Y cuando el señor Vargas Llosa le cobró al señor Crousillat, ¿lo hizo “sin alegría y con temor”? ¿O, como hemos de suponer, al recibir el dinero del Mal Absoluto prevaleció en su ánimo la alegría

sábado, 23 de abril de 2011


Retorno a la dictadura, no

Fuente original del artículo diario El País de España

TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA

PIEDRA DE TOQUE. Elegir presidenta a Keiko Fujimori sería la más grave equivocación cometida por los peruanos. Equivaldría a legitimar el régimen que envileció la política y sembró de violencia nuestro país

Escribe MARIO VARGAS LLOSA  
24/04/2011 

Cuando los tres candidatos que representan la defensa del sistema democrático y liberal se dedican a destrozarse unos a otros, como ocurrió en las recientes elecciones peruanas -me refiero a Luis Castañeda, Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski-, el resultado es previsible: los tres se autodestruyen y abren el paso de la segunda vuelta electoral a dos candidatos que, desde los extremos, representan una amenaza potencial para la supervivencia de la democracia y el desarrollo económico que, desde hace 10 años, había convertido al Perú en el país que progresaba más rápido en toda América Latina. El poeta César Moro no exageraba demasiado cuando escribió: "En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas".
Ollanta Humala ha moderado su mensaje político. Se aleja de Chávez, se acerca a Lula
El voto a Gana Perú no puede ser una abdicación sino un apoyo exigente y crítico
Bien, no es cuestión de suicidarse, porque el suicidio no resuelve los problemas para los que se quedan vivos, de modo que, ahora, por lo menos la mitad de los peruanos debemos elegir entre dos opciones que habíamos descartado: Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Algunos amigos míos han decidido viciar su voto, pues rechazan a ambos candidatos por igual. Ésa es una decisión respetable desde el punto de vista individual y moral, pero nada efectiva en términos colectivos y prácticos, pues no votar equivale siempre a votar por el que gana, ya que se renuncia a hacer algo -aunque sea tan mínimo como lo que representa un solo voto- para impedirlo.

Creo que es preferible elegir, haciendo un esfuerzo de racionalidad y aceptando las tesis del compromiso sartreano, según las cuales siempre hay una opción preferible a las otras, aunque semejante elección implique inevitablemente un riesgo y la posibilidad del error.

No tengo duda alguna de que elegir presidenta del Perú a Keiko Fujimori sería la más grave equivocación que podría cometer el pueblo peruano. Equivaldría a legitimar la peor dictadura que hemos padecido a lo largo de nuestra historia republicana. Alberto Fujimori no sólo fue un gobernante asesino y ladrón, tal como estableció el tribunal que, en un proceso modélico, lo condenó a 25 años de cárcel. (Según la Procuraduría, sólo se han repatriado unos 184 millones de dólares de los 6.000 que por lo menos se birlaron durante su régimen de las arcas públicas). Fue, además, un traidor a la legalidad constitucional que le permitió acceder al poder en unos comicios legítimos, dando el golpe de Estado que acabó con la democracia en el Perú el 5 de abril de 1992. Keiko Fujimori ha reivindicado ese hecho bochornoso y su entorno está plagado de colaboradores de la dictadura. Como han comprobado los medios de comunicación, el propio ex dictador ha coordinado la campaña presidencial de su hija desde su cárcel dorada.

El pueblo peruano no puede haber olvidado lo que significaron esos ocho años en que Fujimori y Vladimiro Montesinos perpetraron un saqueo sistemático de los recursos públicos, la corrupción que cundió por todos los mecanismos e instituciones del poder en la más absoluta impunidad, los tráficos de armas, de drogas, la manera como políticos, empresarios, directores de canales de televisión, iban a venderse a la dictadura por bolsas y fajos de billetes, escenas de escándalo que han quedado registradas en los vídeos que el propio Montesinos grababa sin duda para chantajear a sus cómplices.

Tampoco puede olvidar los innumerables crímenes, desapariciones, torturas, ejecuciones extrajudiciales y toda clase de violaciones de derechos humanos de campesinos, estudiantes, sindicalistas, periodistas, que marcaron esos años de horror, y contra los que el pueblo peruano reaccionó, a fines de la década de los noventa, cuando, con movilizaciones como la Marcha de los Cuatro Suyos, consiguió derrotar a la dictadura y devolver la libertad al Perú. No es posible que en tan pocos años en la memoria de los peruanos se haya borrado esta ignominia histórica y una mayoría decida ahora con sus votos que se abran las cárceles y las decenas de ladrones y asesinos de la dictadura salgan de nuevo a gobernar el Perú. Todo lo que queda de digno en el país debe impedir, valiéndose del civilizado recurso de las ánforas, semejante vergüenza para nuestra patria.

Votar por Ollanta Humala implica un riesgo para todos quienes defendemos la cultura de la libertad, lo sé muy bien. Su antigua simpatía por las políticas catastróficas de la dictadura del general Velasco y del dictador venezolano Hugo Chávez justifican los recelos de que su subida al poder pudiera significar una ola de estatizaciones que hundiera nuestras industrias y ahuyentara a las empresas e inversores que, en los últimos 10 años, han contribuido de manera decisiva al notable crecimiento de nuestra economía, a la creación de tantos miles de empleos, a la reducción de la pobreza de más de 50% a un tercio de la población y a la buena imagen que se ha ganado el Perú en el extranjero. Asimismo, es lícito el temor de que aquellas antiguas simpatías puedan inducir a su Gobierno a desaparecer una vez más en nuestra historia la libertad de prensa en el país.

Sin embargo, la verdad es que en esta campaña Ollanta Humala ha moderado de manera visible su mensaje político, asegurando que se ha separado del modelo autoritario chavista e identificado con el brasileño de Lula. Por lo demás, en esta campaña ha tenido asesores brasileños cercanos al Partido de los Trabajadores. Ahora asegura que respetará la propiedad privada, que no propiciará estatizaciones, que no recortará la independencia de la prensa ni la inversión extranjera y que está dispuesto a renunciar a la idea de una Asamblea Constituyente que (como lo hizo Chávez en Venezuela) reemplace a la actual Constitución que prohíbe la reelección presidencial.

¿Son estas las convicciones genuinas de alguien que ha evolucionado ideológicamente desde el extremismo hasta las posiciones democráticas de la izquierda latinoamericana que encarnan un Ricardo Lagos, en Chile, un José Mujica en el Uruguay, un Lula y una Dilma Rousseff en Brasil, o un Mauricio Funes en El Salvador?

¿O es una mera postura táctica para ganar una elección, ya que Ollanta Humala sabe muy bien que sólo vencerá en esta segunda vuelta si un importante sector de la clase media peruana vota por él? Creo que la respuesta a esta pregunta que se hacen hoy día tantos peruanos que votaron por Castañeda, Toledo y Kuczynski, no depende tanto de las secretas intenciones que pueda tener el candidato en el fondo de su conciencia, sino de los propios electores que decidan apoyarlo y de la manera en que lo hagan.

Este apoyo no puede ser una abdicación sino un apoyo exigente y crítico, a fin de que Ollanta Humala nos dé pruebas fehacientes de su identificación con la democracia y con una política económica de mercado sin la cual el Perú entraría en una crisis y un empobrecimiento que condenaría al fracaso todos los programas de redistribución y de combate a la pobreza que figuran en el plan de gobierno de Gana Perú. Para que aquellos programas sean exitosos es indispensable que el Perú siga creciendo como lo ha hecho estos últimos años, ya que si no hay riqueza no hay nada que redistribuir. Eso lo han entendido los socialistas chilenos, brasileños, uruguayos y salvadoreños y por eso, aunque se sigan llamando socialistas, aplican o han aplicado en el Gobierno políticas socialdemócratas (no digo liberales para no espantar a nadie, pero si dejara esa palabra no mentiría). Si Ollanta Humala persevera en esta dirección que parece haber emprendido, la democracia peruana estará a salvo y continuará el progreso económico, acompañado de una política social inteligente que devolverá la confianza en el sistema a quienes, por sentirse marginados y frustrados de ese desarrollo que no los alcanzaba, optaron por los extremos.

Cuando escribo este artículo, buena parte de votantes por el partido de Alejandro Toledo, Perú Posible, parece haber optado por ese apoyo exigente y crítico a Ollanta Humala que yo propongo. Mi esperanza es que los otros partidos democráticos del Perú, como Acción Popular, el Partido Popular Cristiano y el APRA, que, con tantos miles de independientes, combatieron con gallardía a la dictadura fujimorista y ayudaron a derrotarla, se sumen a este empeño, para evitar el retorno de un régimen que envileció la política y sembró de violencia, delito y sufrimiento a nuestro país y para asegurarnos que la llegada de Ollanta Humala al poder fortalezca y no destruya la democracia que recobramos hace apenas 10 años.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011 © Mario Vargas Llosa, 2011.

martes, 12 de abril de 2011


Luis Loayza

PIEDRA DE TOQUE
Por: Mario Vargas Llosa*
Domingo 10 de Abril del 2011
Fuente El Comercio

Es un placer leer los ensayos de Luis Loayza y, a la vez, es imposible no sentir, mientras uno goza con ellos, esa melancólica tristeza que nos inspiran las buenas cosas que se acaban, que el tiempo va dejando atrás. Porque el ensayo literario que Loayza ha practicado toda su vida fue el que escritores como Edmund Wilson y Cyril Connolly en el mundo anglosajón, o Paul Valéry, Jean Pauhlan y Maurice Blanchot en Francia, o Alfonso Reyes, Octavio Paz y Ortega y Gasset en español utilizaron para expresar sus simpatías y diferencias a la vez que, al hacerlo, escribían textos de gran belleza literaria.

En nuestro tiempo, la crítica se ha apartado de esa buena tradición y escindido en dos direcciones que están, ambas, a años luz de la que encarnan los ensayos de Luis Loayza. Hay una crítica universitaria, erudita, generalmente enfardelada en una jerga técnica que la pone fuera del alcance de los no especialistas y, a menudo, vanidosa y abstrusa, que disimula detrás de sus enredadas teorizaciones lingüísticas, antropológicas o psicoanalíticas su nadería. Y hay otra, periodística, superficial, hecha de reseñas y comentarios breves y ligeros, que dan cuenta de las nuevas publicaciones y que no disponen ni del espacio ni del ánimo para profundizar algo en los libros que comentan o fundamentar con argumentos sus valorizaciones.

El ensayo al que yo me refiero es a la vez profundo y asequible al lector profano, libre y creativo, que utiliza las obras literarias ajenas como una materia prima para ejercitar la imaginación crítica y que, a la vez que enriquece la comprensión de las obras que lo inspiran, es en sí mismo excelente literatura. Para lograr ambas cosas hace falta amar de veras los libros, ser un lector pertinaz, estar dotado de lucidez y sutileza de juicio, y escribir con inteligencia y claridad.

Luis Loayza tiene todo ello en abundancia. Hasta ahora ha sido un autor poco menos que secreto, en torno al cual ha ido surgiendo una especie de culto entre los jóvenes escritores peruanos, que hacían milagros para leerlo, porque tanto sus relatos como sus ensayos habían aparecido en ediciones de escasa difusión, algo clandestinas, por el absoluto desinterés que él tuvo siempre por la difusión de su obra, algo a lo que parece haberse más bien resignado debido a la presión de sus amigos. Loayza es uno de esos extrañísimos escritores que escribe por escribir, no para publicar.

Había la idea de que, además de secreto, era autor de una obra muy breve. Pero, ahora que la Universidad Ricardo Palma de Lima ha tenido la magnífica idea de publicar dos volúmenes con sus ensayos y relatos, se advierte que esta obra no es tan escasa, que en sus casi setenta y siete años de vida Luis Loayza ha escrito una considerable cantidad de textos, que, además, tienen la virtud de ser de pareja calidad, de notable coherencia intelectual y de una gran elegancia literaria.

Yo hablo ahora de sus ensayos porque acabo de releerlos, y no de sus relatos, pues me guardo ese placer para más adelante, pero sé que también en estos últimos aparece esa prosa tan persuasiva, limpia y clara, impregnada de ideas, de buen gusto, juiciosa y delicada, que enaltece al autor tanto como al que la lee. Loayza es uno de los grandes prosistas de nuestra lengua y estoy seguro de que tarde o temprano será reconocido como tal.

Ya lo era cuando yo lo conocí, en la Lima de los años cincuenta. Aunque ahora nos veamos muy poco, no creo que haya cambiado mucho. Lector voraz, desdeñoso de la feria y la pompa literaria, ha escrito solo por placer, sin importarle si será leído, pero, acaso por eso mismo, todo lo que ha escrito exhala un vaho de verdad y de autenticidad que engancha al lector desde las primeras frases y lo seduce y tiene magnetizado hasta el final. Sus ensayos cubren un vasto abanico de temas y de autores y delatan un espíritu curioso, cosmopolita, políglota, en el que, pese a haber vivido tantos años en el extranjero – París, New York, Ginebra– ese Perú donde hace cerca de veinte años no pone los pies, está siempre presente, como una enfermedad entrañable.

Hable del “Ulises” de Joyce, de la biografía de Borges que escribió Rodríguez Monegal, o de la breve aparición de dos personajes peruanos en “Rojo y negro” de Stendhal y “En busca del tiempo perdido” de Proust, los ensayos de Loayza resultan siempre sorprendentes y originales, por la perspectiva en que los temas son abordados, o por la astuta observación que desentraña en esos textos aspectos y significados que nadie había percibido antes que él. Es el caso de la serie de estudios que consagró al Novecientos, en los que ese período de la cultura y la historia peruana resucita con un semblante totalmente inédito.

Loayza nunca hace trampas. No hay, en este volumen de casi quinientas páginas, una sola de esas frases pretenciosas en que los críticos inevitablemente caen alguna vez, para exhibir su vasta cultura, o esos oscurantismos mentirosos que disimulan su indigencia de ideas y su vanidad. Y hay, en cambio, en todos ellos, siempre, un esfuerzo de claridad y sencillez que el lector siente como una prueba de consideración y respeto hacia él, y de probidad intelectual. En los extensos análisis, como el prólogo que escribió para su traducción de las obras de De Quincey, o las dos o tres páginas deliciosas que dedica a “Simbad el Maligno”, los ensayos de Loayza son un canto de amor a la literatura. Todos ellos nos muestran, de manera contagiosa, que la literatura enriquece la vida, la hace más comprensiva y llevadera, que las obras logradas nos civilizan y humanizan, alejándonos del bruto que llevamos dentro, ese que fuimos antes de que los buenos libros, las buenas historias, la buena poesía y la buena prosa lo domesticaran y enjaularan.

Al mismo tiempo que leía los ensayos de Luis Loayza he estado hojeando los tres números de la revista “Literatura” que sacamos con él y con Abelardo Oquendo en la Lima de finales de los años cincuenta, cuando éramos tres letraheridos que aprovechábamos todos los minutos libres que nos dejaban los trabajos alimenticios para vernos y hablar y discutir con pasión y fanatismo de libros y autores. Por esa época, Loayza contrajo una curiosa alergia contra todo lo feo que se encontraba al paso en este mundo. Una desagradable exposición de pintura, una mala película, un poema vulgar, un bípedo antipático, y empezaba a ponerse muy pálido, se le hundían los ojos y le sobrevenían incómodas arcadas. Abelardo y yo nos burlábamos, creyendo que exageraba. Pero había una honda verdad en esa pose. Porque ese rechazo de la fealdad es un rasgo perenne de todo lo que ha escrito. No hay en esta colección de ensayos elaborados a lo largo de toda su vida nada que desentone, ofenda, desmoralice o disguste al lector. Y sí, siempre, una pulcritud y rigor en la palabra y en la idea que lo llenan de halago y gratitud.

Tenía algo de temor con esta reedición de “Literatura” que ha hecho la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pues pensaba que los años podían haber destrozado aquella revista juvenil. Pero, no, no hay en sus páginas nada de qué avergonzarse. Protestamos contra la pena de muerte, rendimos homenaje a César Moro –casi desconocido entonces–, polemizamos contra el realismo socialista, publicamos bellos poemas de Raúl Deustua y de Sebastián Salazar Bondy, un hermoso cuento de Paul Bowles, traducido por Loayza, y nos solidarizamos con los barbudos que en la Sierra Maestra se habían alzado contra la dictadura de Batista. Todas sus páginas expresan la inconmensurable ilusión de ser escritores alguna vez. Muy decoroso, en verdad.

En estos días en que el Perú, para no perder la costumbre, parece a punto de cometer un nuevo suicidio político, ha sido grato escapar de la cruda realidad por unas cuantas horas al día y refugiarme, gracias a Luis Loayza, en la añoranza de la juventud, la amistad y la buena literatura.
Lima, abril del 2011

(*) Escritor y Premio Nobel 2010

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